El ocaso de la producción de arroz en Calabozo

(25/02/2021)

Debido a la fuerte crisis del sector productivo en Venezuela, cientos de familias que se beneficiaban directamente de la producción de arroz han quedado sin trabajo en Guárico, forzados a abandonar los campos. Foto: Ezequiel Siem

Antes Calabozo, Guárico, olía a una mezcla de hierba, humedad y gasoil; todo ello por ser una zona productora de arroz. Para entonces el aroma de la hierba venía de los arrozales, que además expelen un vaho de tierra húmeda cuando las riegan. El olor del gasoil era porque con él prendían toda la maquinaria agrícola. Pero Calabozo ya no tiene olor.

Carlos Tovar, el hijo de un pequeño productor, me busca a las 7:00 am para acompañarlo a la parcela, es la hora más tarde para salir al campo; pero había pasado antes, solo que no lo vi porque esperaba a que viniera en el jeep. Venía en moto.

Estaba trasnochado, pero no por una parranda, sino porque llevaba dos días en la cola para surtir gasolina. Y aunque no llegó la gandola, recordó que tenía un poco guardada en su casa.

En el frente de la casa, un cementerio de carros evoca el tiempo de bonanza familiar, allí estaba el jeep y Don Evaristo, el papá de Carlos, al final de la fila de “chatarras”. Le pregunto cómo está, y él me sonríe, con una sonrisa que muestra todas las costuras; no necesitaba decirme más.

Carlos salió con una botella de dos litros de gasolina y la colgó en la moto como un gotero clínico, arrancó y nos fuimos. En la parcela nos esperaban los “aviones cabeza negra”.

Tiempo atrás, la mayoría de las parcelas realizaban la aplicación de abono en el arroz con aviones parecidos a los de la segunda guerra mundial, que coreografiaban en el cielo el rocío del abono. Los pequeños productores, al no poder pagar estos aviones, contrataban a una cuadrilla de obreros, que realizaban este trabajo de forma manual, caminando sobre la siembra. Estos hombres indios, robustos, y de cabellos muy negro, se apodaban “cabezas negras” y por realizar el trabajo que otrora hacían los aviones, les llamaron “aviones cabeza negra”. Ellos realizan una de las prácticas fundamentales de la siembra del arroz.

El ocaso de la producción de arroz en Calabozo
Foto: Ezequiel Siem

La siembra en Calabozo

Llegamos en una hora luego de atravesar una carretera desgastada, llena de rebaños de gente pidiendo cola. “Con el problema de la gasolina, ya no hay transporte; hay que pedir cola para comprar la comida en el pueblo y para transportar insumos se pagan fletes de 50 dólares y más”, me dice Carlos.

Se acercó Fermín Maluenga*, lo conocía tiempo atrás, le pregunté cómo estaba todo. Él me respondió con la misma sonrisa descosida que vi en Evaristo. Fermín es el capitán de la cuadrilla de voladores. Probablemente era la última vez que abonaría la parcela de Don Evaristo, pues, si no lograba cosechar bien esta vez, vendería la parcela.

Los Tovar son una de las cientos de familias que se benefician de la siembra del arroz en Calabozo, estado Guárico. Pero la fuerte crisis económica, unida a las restricciones por la pandemia de coronavirus, llevaron la producción de arroz a la quiebra.

En una entrevista exclusiva para El Diario, el productor Óscar Ortegano informó que en Venezuela la producción de arroz no abastece el consumo local debido a que el precio del rubro está por debajo de los costos de producción y sostenibilidad en el sector.

Durante los últimos 5 años, al no tener una rentabilidad que le permitiera recuperar los costos de producción y un margen para sostener el aparato productivo, simplemente la situación del productor y su entorno cayó en picada. Las consecuencias de la falta de financiamiento por parte de los bancos cerró las posibilidades de continuar en la actividad para muchísimos pequeños y medianos agricultores.

El ocaso de la producción de arroz en Calabozo
Foto: Ezequiel Siem

El abono a la tierra

La dinámica de inversión consiste en asociarse con un productor de más recursos que dispone de máquinas y algunos insumos para el tratamiento del cultivo. Los pequeños productores disponen la tierra y el consejo comunal ofrece semillas e insumos, pero en el caso de Carlos Maluenga, estos “préstamos” se encuentran en la localidad de Morón y debe pagar un flete de 500 dólares para traerlos a tiempo de aplicación en el cultivo. Si no, podría perderse o salir vano, es decir: semillas vacías o mal desarrolladas.

En el campo, los “aviones cabeza negra” preparan la urea para esparcirla sobre los arrozales. La cantidad de urea que disponen alcanza para poco menos de la mitad del lote sembrado. Los obreros rompen los grumos de urea y llenan sus bolsos hechas de saco. Paletas de plástico en mano, se disponen en fila a lo largo del lote de arroz. A partir del líder, le sigue consecutivamente los demás e inician la coreografía: uno, dos, tres, lanzan a la izquierda, uno dos tres, lanzan a la derecha; de lejos las siluetas destellan aureolas blancas sobre sus cabezas negras y avanzan en su marcha hasta el  final del lote, abonando los brotes de arroz.

¿Qué es la urea? La urea es un fertilizante químico en presentación granular que enriquece de nitrógeno el suelo para mejorar el crecimiento de las plantas de arroz.

Fermín se me acerca para tomar agua, del lomo broncíneo le chorrea el sudor.

—Antes éramos 30 “voladores” —me dice—, nos repartíamos el lote y era menos trabajo; ahora somos 10 a duras penas y tenemos que pasar varias veces para abonar un lote completo.

¿Qué pasó con los muchachos?— le pregunto.

—Ya casi nadie está sembrando, ahora es más difícil conseguir trabajo, por eso andamos buscando a ver quién nos contrata. La mayoría prefiere revender comida o gasolina, o reunir una platica para irse del país.

¿Y tú por qué no te vas?

—¿Qué voy a hacer allá? Yo lo que sé hacer es volar y regar la tierra. Además, mi hija Martica está estudiando medicina y la tengo que ayudar.

Fermín se tersa el saco y se va al lote. Carlos termina de coordinar con él la jornada. Le pagará 50 dólares, dinero que se repartirá en la cuadrilla. Fermín se queja de la paga y Carlos bromea: “Ustedes no son aviones, sino zamuros”.

Carlos tiene poco dinero y su presupuesto no alcanza ni para pagar la mitad de la siembra de las 16 hectáreas de su parcela.

La asamblea

Regresamos antes del mediodía. Carlos quería pasar por la asamblea de pequeños productores que haría el sindicato campesino, una de las organizaciones encargada de la gestión de financiamiento para la siembra de arroz en Calabozo.

En la reunión, los productores manifiestan sus dificultades entre ellos mismos y, aunque ninguno estaba facultado para resolverlas, la propuesta general era unir esfuerzo para hacerse escuchar. Sin organizaciones intermediarias gubernamentales como los consejos comunales que, según decían, no permitían que sus problemáticas fueran escuchadas y los mantenían al margen de las reuniones importantes.

El ocaso de la producción de arroz en Calabozo
Foto: Ezequiel Siem

Al frente de la vocería se encontraba Josefina Osorio, quien en la misma asamblea sorpresivamente fue nombrada presidenta del sindicato. A su vez, otra sorpresa, el vocero del Consejo Presidencial de Campesinos, Pescadores y Productores del Campo, Simón Hernández, apareció en la reunión (ante el escepticismo de los participantes) y prometió colaborar con dotación de bioinsumos. También ofreció apoyo en temas de titularidad de tierra.

Al terminar el encuentro, me acerco a Josefina, ella se alegra de verme, nos conocemos desde mucho antes. Le pido que me explique lo que pasa con los créditos a los pequeños productores y Josefina se pone el tapabocas al ver que yo corrijo el mío. Me dice:

—La situación del pequeño productor de arroz en Calabozo es extremadamente crítica. Desde el año 2016 el campesino no recibe ningún tipo de financiamiento, porque estos recursos han sido direccionados a productores pudientes y grandes asociaciones.

¿Por qué crees que pasa esto? 

—Yo considero que hay intereses individualistas. El estado Guárico se ha caracterizado por ser afecto al gobierno de Maduro, pero las nuevas políticas de la gobernación nos excluyen de las mesas de trabajo. Tampoco nos dejan decirlo abiertamente ni cuántas familias están pasando trabajo porque, al no sembrar los pequeños y medianos productores, están afectando una cadena de empleos. Desde el vendedor de arepas hasta el vendedor de cauchos. Muchos productores han tenido que vender sus parcelas y esto ha traído miseria.

Pero deben haber razones concretas…

—La razón no la dicen. Creemos que es un mal manejo político o un grupo de gobierno sordo que no quiere escuchar ni ver la realidad. A pesar de que hemos tratado hacer que ellos nos oigan, el que se atreva a decir esto ya se considera que está en contra del gobierno. Pero nosotros estamos en contra del hambre, estamos en contra del desempleo y estamos en contra de abandonar nuestros campos.

Carlos me llama apuntándome el reloj de su mano. Me despido de Josefina, ella va abrazarme pero luego se contiene, yo le sonrío tras las costuras del tapaboca, me monto en la moto y nos vamos.

El ocaso de la producción de arroz en Calabozo
Foto: Ezequiel Siem

La cosecha en Calabozo

José Vásquez, gobernador del estado Guárico, manifiesta en un artículo del portal VTV sobre el plan siembra (febrero de 2021): “Agradezco el apoyo de los 500 productores de arroz, ya que gracias a ustedes contamos 19 mil 649 hectáreas de arroz sembradas”.

¿Cuántas hectáreas de arroz dispone Calabozo para la siembra y cuántas, aproximadamente, están sembradas actualmente?, le pregunto al señor Ortegano

—El sistema cuenta en total con sus zonas aledañas cerca de 35.000 hectáreas, más 10.000 hectáreas de las zonas de la cuenca del tiznado. Ahora bien, yo estimo que la cantidad de área sembrada hoy día debe estar en el orden de unas 20.000 hectáreas totales, muchas de las cuales (por los problemas de financiamiento y dificultades económicas y de recursos del sector), han sido sembradas muy tarde y estarán expuestas a las consecuencias negativas que causa la siembra tardía de arroz por la entrada de las lluvias; si estas se presentan en su época normal de lluvias.

Más adelante, en el mismo texto del portal web de VTV, el gobernador chavista agrega: “Nos ha costado un poco recuperar esa inversión que hizo el Estado, por ello le hago un llamado los productores y productoras que ya cosecharon que cancelen el financiamiento que es un capital semilla que invierte el gobierno para fortalecer el sistema productivo”.

Señor Ortegano, me surgen varias dudas: ¿El productor realmente recupera la inversión para pagar los créditos?, ¿cuál es el precio actual del arroz? Se sabe del déficit del precio del arroz impuesto por el gobierno con respecto a los costos de producción, ¿qué se está haciendo al respecto?

—El mejor precio que hoy día se ha estado pagando por el kilo de arroz paddy es de 25 centavos de dólares por kilo o 250 dólares la tonelada. Hay una gaveta del gobierno que habla de 35 centavos de dólares o 350 dólares la tonelada, pero que no se cumple en lo absoluto y la industria ignora. ¿Qué se está haciendo al respecto?, absolutamente nada. La esperanza que hay es que Empresas Polar entre este verano al mercado a comprar arroz para que exista un libre juego de oferta de compra y demanda de la producción. Esto con la finalidad de que las pequeñas plantas no cartericen el precio ante la ausencia de industriales serios en la compra y pago del arroz.

Arroz paddy El arroz paddy es el arroz en su cáscara, es como se recibe en las receptorías después de su cosecha

Está bien, pero esto es el caso de los grandes productores y el sector industrial, ¿cómo queda el pequeño productor en cuanto a las dificultades que se enfrentan para sembrar?

—Ya el pequeño productor quedó arruinado, ya no existe en estas latitudes. El pequeño agricultor desde hace cuatro años y mucho más estos dos o tres últimos años, donde ha tenido que arrendar sus tierras para poder sostenerse y sobrevivir de alguna manera ante la difícil situación.

El ocaso de la producción de arroz en Calabozo
Foto: Ezequiel Siem

Aviones cabeza negra

Termina por responderme Óscar Ortegano. Cuelgo el teléfono. Llegó Carlos, me vino a buscar.

Han pasado cinco meses desde nuestra primera visita a la parcela. Esta vez las maniobras en el camino deben ser más ágiles, hay nuevos huecos. A los lados las parcelas vacías, otras espigadas, sin cosechadoras, sin olor a gasoil.

Llegamos a la parcela, de lejos nos laten una manada de perros famélicos que llegan a lamernos los cariños ausentes. A la entrada sale Fermín, lo saludo y él hace un ademán, no me sonríe. Le pregunto por su hija y guarda silencio.

Carlos termina de hacer el letrero “se vende”, aunque ya está “palabreada”, como por una especie de ritual, cuelga el letrero en la entrada. Lo veo mirar la parcela, los paños de arroz aún visten de amarillos: amarillo de las espigas llenas de semillas vanas, semillas vacías que no lograron nutrirse a tiempo. Carlos no pudo conseguir el dinero para pagar el flete para los insumos, tampoco pudo fertilizar a tiempo, por último, no pudo negociar buen precio de lo poco cosechado. Solo alcanzó para pagarles a Fermín y otros obreros. Dinero con que la hija de Fermín se pudo ir a Colombia para trabajar, ya que no pudo costear sus estudios de medicina.

Me despido de Fermín. Trato de sacar una sonrisa forzada pero se me descose, al igual que las parcelas que en el camino se van descosiendo, una tras otras, como si una fuerza misteriosa halara el hilo de lo que fue la felicidad de toda una zona.

Pero como un hecho misterioso, casi milagroso, en una parcela se ven a lo lejos las siluetas de una pequeña cuadrilla de “aviones cabeza negra” alzando vuelo, regando la urea de un lado a otro. El ocaso del sol dora sus formas sobre las espigas obstinadas en crecer, empeñados en una esperanza que, por más que tiren del hilo, no podrán descoser. De pronto, desde la lejanía, el viento me trae un vago aroma a hierba, agua y gasoil.

Fuente: Noticias Descifrado

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